Tengo unas ganas de abrazarla que me ahogan, se me acumulan,
me superan y a la vez me generan más miedos.
Tengo sus “te quiero” de viva voz grabados a feugo pero echo de menos su calor,
único de su abrazo;
echo de menos cuando me acurruco sobre su pecho y entonces el mundo se hace menos pesado, “más amable, más humano y menos raro” como canta María (Jimenez);
aunque con los años he descubierto que no siempre alberga esa certeza.
Será el título de madre, que te otorga una fortaleza que desconozco,
te concede una esperanza propia de quien crea vida en su cuerpo, y un disfraz sin máscara al que se le compra lo que venda.
Tengo angustia, y a ratos frío.
Mucho frío.
Me quiebro por un instante cuando me dice que tiene ganas de abrazarme y entonces sin quererlo la imito, la imito e interpreto el papel de la esperanza
de quien miente por amor, pero no es mentir es amar.
Gracias por tanto y todo.
A ti, Mamá.
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