Relato 271
Nunca deberíamos callar un sentimiento, nunca deberíamos omitir la emoción que nos genera un aire o un desaire;
Deberíamos de tener la sana costumbre de poner en palabras todo aquello que nos mueve, lo que nos remueve o aquello que lejos de dejarnos indiferentes,
nos conmueve.
Benditas emociones y estar vivo.
Decir en voz alta y a voz en grito un enorme y sentido “te quiero”,
un “te extraño”, un “nunca más”,
un “hasta aquí”, o un “por aquí, No.”,
o un “no te vistas que no vas”...
Y así un largo etcétera de frases tan sencillas y explícitas como liberadoras y sanas, cargadas de tanta emotividad que deberían llevar alerta para los enfermos del corazón y la pasividad.
Hemos perdido la facultad de hablar con claridad y expresarnos con sinceridad,
sin miedos, sin tapujos.
A las claras del día.
Por el contrario, se han duplicado lo que en el cualquier patio de colegio se llama “cobardica”,
está la vida esta repleta de ellos.
Nuestra querida, y a veces maltratada, lengua, tan rica en adjetivos y adverbios para concretar, matizar y poder enfatizar, se ha visto invadida por sordos y eternos silencios que consumen y matan.
Es su turno de la palabra, úselo.
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