Los capítulos más bellos de tu existencia van asociados a un nombre propio,
ya sea el nuestro o el de alguien tan sumamente especial para tener honor y categoría de título.
No un título cualquiera. Tu título.
Los capítulos más bellos no siempre tienen los principios más fáciles,
no suelen ser sencillos ni pasajes oníricos de ensueño,
no siguen el patrón preestablecido,
y normalmente traen consigo la pérdida de algo tuyo. Muy tuyo.
Se caracterizan por desquiciarte en su continuo romper de certezas absolutas, aquellas que creíste tan tuyas que eran tú;
aquellas que integraste tímidamente y finalmente protagonizaron varios de tus capítulos anteriores;
las mismas a las que te aferraste como única arma para sobrevivir,
razón y motivo para negarte a abandonarlas.
aquellas por las que sientes un apego tan tóxico que es la causa de inacción.
Sin embargo, el brillo incandescente,
propio de los capítulos más bellos,
coge fuerza, empuje y te eleva.
Es la magia y la belleza de algo nuevo,
su origen de misterio, tu entusiasmo y su desvelo,
lo que los catapulta como únicos.
Aquellos tan bellos que no se cuentan, sólo se viven...
Indeleble.
Inenarrable.
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