Relato 289
De saltos.
En los atardeceres de agosto que tiñen de dorado el campo,
allí donde el silencio se rompe con el aire y sobre su paso entre ramas te va acariciando el pelo…
Ese aire, sin poder evitarlo,
remueve el pensamiento de antaño, dándole sitio y cobijo a otros por estrenar.
Tu piel, si es como la mía,
no cambia su color,
pero siente,
siente todo el calor de su peso.
Hay veranos de dormir,
para dormir,
de dormirse,
y de dormirlo.
Todo.
Veranos que apaciguan la inquietud,
que sellan con calma la falta de certeza;
que abren la esperanza a un futuro por determinar;
veranos de luces y dorados que susurran muy bajito, como si de una nana se tratara:
“Deja a la vida, ella sabe lo que se hace”…
Veranos que te preparan y surten de la dosis exacta para el vértigo de un salto nuevo.
Salta.
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