Lo guarda Lorenzo en sus perseidas.
Aquella noche lloró como ningún otro agosto y,
en la bondad del que ayuda como acto reflejo,
decidió custodiar los recuerdos, los momentos,
aquel intanste y aquella risa;
aquella mirada, ese tal vez y la última caricia;
La dureza de un futuro nada fácil y
los eternos indelebles cautivaron a Lorenzo y a sus lágrimas.
Allá en sus meteoros, suspendidos en el aire,
como cápsulas del tiempo se han quedado los “te quiero” callados,
el apelativo más cariñoso y un beso en la frente.
Si miras al cielo una noche estrellada,
puede que el firmamento te cuente
una de las historias más bonitas de recordar
y te bañe todo el amor que la hizo real.
En sus perseidas.
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