Relato 244
Es mirarle a los ojos y perderme en un mar inmenso, a días en calma, a ratos revuelto, pero más que las olas o el viento es mi propia marea la que perturba.
Llevas media vida teniendo concienca de ti, diez años descifrando el código de saber quien eres y el día menos pensado, te ves en mitad del mar, más desnuda que nunca, aún llevando traje, y sin tan siquiera saber hablar, apenas un balbuceo tras un leve ahogo.
De eso tratan las mareas, de revolverlo todo; de hacer preguntas nuevas cuando creías conocer todas las respuestas;
de cambiarte el escenario cuando el asfalto era pan comido;
o de robarte el pasaporte porque un sello más no te llevaría a la tierra de “Nunca jamás”.
Entonces me mira, me calma y yo nado.
Nado como si fuera por vez primera, pero con el garbo de haberlo hecho siempre;
como si alguna parte perdida o quizás inconexa reestableciera comunicacion con control.
Nado y no dejo de nadar hasta tocar tierra firme pero esta vez,
también por vez primera.
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