miércoles, 14 de octubre de 2015

Relato 2




Pues sí, había llegado el día. Allí estaba yo, con mi mochila al hombro dispuesta a comerme el mundo.
No lo podía negar, las dudas, los nervios, la ilusión. 
Era lo más parecido a un cóctel, versión sentimental/existencial.
Y como siempre, el miedo, el maldito miedo, acechando con su amiga la duda: 
"¿Me estaré equivocando?" "Madre mía, y ahora... ¡Yo sola!" 
"No sé si voy a poder", "¿Seré capaz?"
Y aparece en mente esa frase de tu madre: 
"¡A casa siempre puedes volver¡" 
y tú piensas: "Mamá, siempre animando". 
La pobre, no gana para disgustos. Si hace tres años le sorprendía con un quirófano de 8 horas, hoy es que me mudo de país. Tiene el cielo ganado la mujer. Constantemente, me repite: "Con lo buena que eras de pequeña, te has guardado todos los disgustos para los 30" (No puedo evitar reírme)

¿Qué tendrá la mente humana que persiste en anclarse a un lugar para no avanzar, aunque realmente no te haga feliz? ¿Venimos programados para no abandonar el lugar de origen y solo los valientes/locos/perdidos/extraños/hijos de otros se "atreven" a buscar nuevos hogares?

 Y cuando por fin das el paso, con todas las ganas y la ilusión, entra en escena el pánico. 
Con el único fin de paralizarte y hacerte dudar de hasta quien eres. Esta última pregunta tampoco sabría responderla en circunstancias normales, así que en este momento con tanto cambio, menos.
¡Por favor, quien haya ahí dentro, las dudas de una en una!¡Qué me bloqueo, hombre!

Y allí estábamos las tres, mi madre, incapaz de pronunciar palabra, solo las típicas frases automatizadas, frases de "madre": "Come, eh?, aliméntate bien! y abrígate la garganta, que ya sabes que es tu punto débil!" Y al otro lado, mi hermana y yo, enfadadas no sé porqué. Bueno, sí lo sé.

El último mes no había sido como esperábamos y las dos estábamos distantes. Nuestra estupidez es de tal calibre que no somos capaces de darnos un abrazo y decirnos: "¿Por qué narices te vas?" y yo responderle: "¿Por qué no te vienes conmigo?" 
y ella: "Te voy a echar de menos, Asquerosa"
Este último calificativo es muy común entre nosotras, cuánto mayor es el grado de ofensa, mayor es el sentimiento que en ese momento queremos transmitir. 
Nosotras somos así, diferentes. Menos mal que no hemos trasladado a lo físico esto de demostrarnos el amor a la inversa. 
Ya me imagino a mi hermana con ese bíceps que tiene, a fuerza de levantar maniquíes, incrustándome su puño en mi pómulo como sinónimo de un "Te quiero". 
No, mejor no. Tendría las de perder. Nunca podría demostrarle lo mucho que la quiero, siempre quedaría como que ella me quiere más.
Y siendo yo la mayor, no quedaría bien. 
Olvídalo, Laura.




No hay comentarios:

Publicar un comentario